Una mañana en la escuela, Yunho se perdía en el pestañeo incesante de los ojos de Jaejoong, como si ese parpadeo escondiera un secreto eterno.
De pronto, un muchacho nuevo cruzó la puerta del aula.
—Tae es mi nombre —dijo. Sus ojos brillaron al posar la mirada en quien llevaba tanto tiempo buscando.
Desde entonces no dejó de acecharlo. Lo observaba como una sombra inseparable, que se agranda y oscurece cuando la luz se acerca demasiado. Intentaba atraparlo, retenerlo, pero siempre la claridad resplandeciente de Jaejoong reducía aquella energía oscura hasta desvanecerla.
Tae se sentía débil. Necesitaba la energía de Yunho.
Yoochun, Junsu y Changmin pronto notaron el cambio. Percibieron un aroma extraño, un aura inquietante que se aferraba a la clase.
Otro día más, la misma escena.
—¿Por qué no puedes reconocerme? —preguntaba Tae.
Yunho solo alzaba una ceja antes de alejarse sin responder.
El intento era en vano: cada vez que Tae buscaba arrastrarlo a la oscuridad, la energía de Jaejoong desplegaba unas alas invisibles que abrazaban y protegían a Yunho.
Esa noche, mientras Tae maldecía en soledad, un hombre apareció frente a él. Su sonrisa era amplia, irónica, imposible de descifrar.
Tae lo miró con desdén y se dejó caer en un viejo sillón de la casa abandonada.
—No puedes ayudarme. Solo eres una sombra.
La figura danzó en torno a él, ligera como humo.
—Averigua dónde está mi ángel —dijo con voz grave—. Te daré al muchacho que deseas.
—¿Por qué no lo encuentras tú? Eres una sombra, puedes entrar a cualquier casa.
—No puedo verlo… pero sé que está cerca. Cuando intento atraparlo, se desvanece. Lo necesito. Tú te pareces a él, pero tu esencia es distinta. Él lleva consigo toda la fragancia sutil de la pradera, fresca y perfumada. Me oculta su luz… —suspiró la sombra.
A lo lejos, risas de niños interrumpieron el silencio.
Tae frunció el ceño.
—Esos gatos… siempre irritándome con sus maullidos ensordecedores.
El hombre levantó una ceja.
—¿Qué has dicho?
Mientras tanto, Yunho y Jaejoong corrían por el valle. Reían bajo un cielo despejado, cuya luz interior parecía suficiente incluso si la noche sin estrellas llegaba a cubrirlo todo.
El gigantesco árbol que custodiaba la entrada al bosque se inclinaba como saludándolos. Entre hojas silvestres, un cervatillo jugueteaba antes de refugiarse bajo el calor de su madre. Más adelante, cientos de mariposas revoloteaban; una de ellas se posó sobre la nariz de Yunho, provocando nuevas risas.
Un canto suave, apenas perceptible, llenó el aire. Solo las almas puras podían escucharlo. Yunho y Jaejoong alzaron la mirada y sonrieron, maravillados. Las ramas parecían entrelazarse sobre ellos y miles de hojas con flores multicolores llovieron suavemente sobre sus cabezas. Corrieron tomados de la mano, embriagados por la certeza de que nada era mejor que ese instante. Era amor, sin dudas.
Cruzaron un puente en medio del bosque. A cada paso florecían diminutas flores, aunque Yunho no lo notó; tampoco percibió las risitas de las hadas que los seguían en secreto.
El atardecer se tiñó de sombras y, en lo profundo, unas luces misteriosas comenzaron a brillar. Yunho quiso acercarse, pero Jaejoong lo detuvo.
—¿Por qué? —preguntó él, arqueando una ceja.
—Porque puede ser peligroso. Nunca voy más allá… y tú tampoco debes hacerlo.
—No temas. Estoy contigo.
Jaejoong sonrió.
—Entonces no necesitas avanzar. Aquí estoy.
Las risas de niños regresaron, acompañadas de maullidos que parecían entonar una melodía secreta.
—Son los niños de la aldea —explicó Jaejoong—. Sabes bien que amamos a los gatos.
—Mi madre decía que son protectores de las almas —comentó Yunho.
—Es cierto. Nunca alejes a un gato. Ellos ahuyentan a las sombras que intentan llevarnos al otro lado.
Antes de que Yunho pudiera preguntar más, Jaejoong lo besó suavemente. Luego lo tomó de la mano y ambos corrieron hacia el valle, dejando atrás las luces del bosque.
Esa noche, Yunho cenó con sus padres y luego subió a su cuarto, donde Boo lo esperaba sobre la almohada.
—Hoy fue maravilloso —susurró, abrazando al gato, que agitó las orejas en respuesta—. El bosque danzaba para nosotros.
Yunho pestañeó y, por un instante, creyó mirarse en los ojos de Jaejoong.
En otro lugar, la sombra avanzaba sigilosa hasta la vieja casona. Un aura adorable invadía el espacio: un gato. Se estremeció ante la idea de haber hallado al ángel perdido.
Recordó las palabras de Tae: “Esos gatos… tienen la facilidad de irritarme con sus maullidos ensordecedores.” Y también las advertencias de la anciana sobre los guardianes felinos del valle.
¿Era posible que esa luz radiante se ocultara bajo forma tan adorable?
Sonrió de medio lado.
Esas pequeñas almas ya le habían pertenecido una vez, y ahora volverían a hacerlo. Su reino de oscuridad recuperaría el brillo de una estrella resplandeciente.
Los tendría a todos de nuevo.
Y junto a él, a su favorito: el hermoso Jaejoong, cuyo canto endulzaría su eternidad.
Uy, me encanta, es un cuento de hadas con partes que dan miedo. Excelente, muy emocionante!!! Gracias!!! Qué estés muy bien, un abrazo!!!
ResponderEliminarMuchas gracias por leer y comentar.
EliminarEspero con ansias un nuevo update. Una historia fascinante.
ResponderEliminarHola, muchas gracias por seguir leyendo. Lamento haber dejado la historia inconclusa...la retomaré lo más pronto posible. Nuevamente gracias.
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